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O sobrevivir, o morir de inanición

Culminado el proceso electoral, los partidos tienen ante sí el deber de honrar el compromiso que hicieron a sus electores de que aprobarán la ley que los regula, que lleva ya más de una década estancada en el Congreso.

La falta de esa ley ha dado lugar a que prácticas cuestionables se hayan enraizado en el accionar de los partidos, debilitando sus estructuras y relajando sus estatutos internos, todo lo cual perjudica al sistema democrático porque lo deja apoyado en frágiles soportes institucionales.

La reciente experiencia comicial mostró dramáticamente cómo el clientelismo se entronizó en el sistema partidario relegando a planos secundarios sus deberes fundamentales como engranajes de la democracia hasta el punto de que para decidir candidaturas pesaba más el dinero que el carisma, y más que los mismos fundamentos ideológicos o políticos en los que dicen creer.

La espiral del transfuguismo, bajo la cual miles de dirigentes cambiaron de chaquetas inconformes con los manejos de selección de candidaturas o atraídos por mejores ofertas de otras latitudes, aunque fuesen las de acérrimos adversarios, es un penoso reflejo de esta degradación.

Es por ello que la aprobación de una ley de partidos, conjuntamente con una nueva ley electoral, puede constituir un remedio a tiempo para evitar que el cáncer que ha corrompido las estructuras partidarias haga su metástasis final.

Porque, en definitiva, los síntomas de esa crisis ya se vienen sintiendo desde hace tiempo en una pérdida de credibilidad y confiabilidad y en la escasa influencia que han tenido, como entidades organizadas, en las dinámicas de cambio de la sociedad.

Si existen es porque todavía la ley electoral descansa en ellos, como actores principales de los procesos, pero otras experiencias que se ven en el mundo van mostrando cómo el espacio que tenían los partidos ha sido gradualmente ocupado por fuerzas emergentes de la sociedad, con capacidad ya para presionar y dictar los cambios que demandan los nuevos tiempos.

Entramos ahora en una etapa de serios retos para los partidos, en otras palabras, en una nueva elección: la de decidir si sobreviven al colapso promoviendo la ley que los debe regular, o si se quedan de brazos cruzados, como ha ocurrido en los últimos años, aguardando su muerte por inanición.

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