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EDITORIAL

Ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el suyo

La descarnada descripción que ha ofrecido el diario El Mundo, de España, sobre las rudas condiciones de trato que la mayoría de los países de Europa da a los refugiados musulmanes y africanos que huyen de la guerra, o del hambre, es patética.

Desde la incautación de lo poco de valor con que llegan hasta el cobro de los costos que ocasiona su asistencia social y la colocación de pulseras brillantes de color para identificarlos, pasando por otras restricciones tan severas como su simple repatriación o barreras para recibir atenciones de salud, el refugiado que llega a Europa está condenado a un sufrimiento indecible como paria.

Se sabe que Europa ha sido sorprendida y desbordada por las oleadas de inmigrantes que huyen de Siria, Turquía, Irak y otros países desestabilizados por la guerra, así como de naciones africanas abatidas por la hambruna y las enfermedades, y que los mares que bordean sus territorios han sido la tumba de millares de exiliados que naufragan.

Como consecuencia de estas oleadas, la Unión Europea ha sorteado varias opciones para enfrentarlas. Pero finalmente han tenido que apelar a medidas duras para contenerlas, así como para ponérsela difícil a los recién llegados, para nada bienvenidos.

Brigitta Schwab, una enfermera del hospital de asistencia social de Munich, en el estado federal de Baviera, Alemania, ha hecho un dramático relato en las redes sociales de las condiciones en que los migrantes llegan a los hospitales a buscar atenciones a sus enfermedades.

Para comenzar, tienen que ir acompañados de las unidades de la policía especializada K-9, que usan perros. Si les recetan medicinas, tienen que pagar en efectivo en las farmacias. Muchos duermen a la intemperie, en las calles o centros de refugiados, y a menudo originan riñas o maltratos contra los mismos alemanes, si entienden que no los tratan bien o los discriminan severamente.

Leyendo estas historias y comparándolas con el trato que han recibido aquí los haitianos ilegales (muy distinto, por cierto, al que Bahamas y otras islas suelen aplicar, metiéndolos incluso en jaulas antes de deportarlos), no hallamos explicación a los insistentes reclamos de la Unión Europea, Estados Unidos y otras naciones para que República Dominicana ofrezca “trato humanitario” y “respeto a los derechos humanos” a estos los inmigrantes.

Bajo la falsa presunción de que aquí predomina una política xenofóbica y discriminatoria, que alienta la apatridia y que desconoce los derechos humanos de los inmigrantes, el país ha sido prácticamente condenado y vituperado en el orden internacional y el gobierno ha sido sometido a intensas presiones para que mediatice sus políticas migratorias.

Pero como diría Lenin, “los hechos pueden a veces resultar muy testarudos” y no hay dudas de que, en el caso europeo y los inmigrantes, la UE escupe para arriba cuando nos aconseja cómo manejar nuestras políticas migratorias y hace en sus territorios todo lo contrario, lo que equivale a ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el suyo.

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