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La capital infernal

En el conjunto de factores que han convertido a la capital en un pandemónium, por culpa del caos en el tránsito, hay uno que se ha ido agravando sin que nadie le ponga coto: el de la contaminación sónica y ambiental provocada por guaguas y chatarras del concho.

Las guaguas “expreso” de Fenatrano tienen unas bocinas con unos decibelios enormes. Y los choferes usan éstas para atacar a los demás conductores cuando quieren avanzar o simplemente para hacerse sentir como grandes que son.

Cuando se originan tapones, ya sea por efectos del desorden mismo o del que causan los agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte al tomar el control directo en sustitución de los semáforos, el ruido combinado de todos los conductores ansiosos, acentúa esta contaminación sónica.

Sería pertinente que se hiciera un estudio, si es que acaso no se ha hecho todavía, para medir la intensidad sonora de las bocinas de las guaguas o patanas, y establecer hasta qué punto son nocivas o sobrepasan los niveles mínimanente aceptables.

Pero en el ínterin, las autoridades sí pueden comenzar un proceso de control sobre los tipos de bocinas o claxones que usan los vehículos de tránsito urbano, para regularlos.

Día a día, los transeúntes y los mismos conductores tienen que sufrir el ruido que provocan varias unidades juntas, tocando al mismo tiempo sus bocinas, como en competencia, sin que esto parezca importarles a las autoridades que están llamadas a controlar los ruidos, incluyendo al 9-1-1, que cuenta con unidades para afrontar estas violaciones.

En cuanto al problema de la contaminación ambiental, sólo si existiera un organismo serio y responsable que se ocupara de certificar los niveles de emisión de sustancias tóxicas por la quema de combustibles en los motores de los vehículos, o falta de filtros en los “mufflers”, éste no sería un problema tan gravísimo y perjudicial para la salud humana, como lo es hoy.

En países más organizados, esta labor se le deja, inclusive, a empresas privadas certificadas que tienen credibilidad para diagnosticar las condiciones mecánicas en que se encuentran los vehículos, privados o públicos, de cualquier tamaño o capacidad, y sin cuyo aval el gobierno no puede emitir permisos para la circulación.

Ideas hay muchas para ir enfrentando la tragedia diaria del transporte público en nuestro Gran Santo Domingo y otras ciudades. Lo único que falta es voluntad de las autoridades para aplicarlas.

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