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EDITORIAL

¡Qué barbarazo!

Un temerario conductor de minibús público, de esos que pertenecen al consorcio empresarial “Los dueños del país”, se saltó ayer la luz roja de un semáforo de la avenida John F. Kennedy para adelantarse a otros en la toma de pasajeros, y terminó atropellando a dos niñas escolares, una de las cuales perdió sus dos piernas.

El muy abusador se dio a la fuga junto al cobrador del minibús y finalmente fue hecho preso por la Policía, a quien le alegó que se le habían ido los frenos del vehículo.

Este episodio, que ha causado gran conmoción en la opinión pública, ilustra lo que ya es una tragedia cotidiana: la falta de educación, respeto a las normas y la prepotencia que caracteriza a estos choferes, que creen que pueden manejar en las calles como les venga en gana.

Es así como, a diario, presenciamos las competencias de minibuses y autobuses que circulan por cualquiera de los carriles de las avenidas y se entrecruzan violentamente en la fiera lucha por alcanzar pasajeros, sin que las autoridades del transporte los detengan y los multen por manejo temerario o por cualquiera de las infracciones que cometen a gusto, porque se creen o se sienten intocables.

El caso de ayer es ilustrativo de las muchas tropelías que a diario sufren los pasajeros y los transeúntes y aquellos conductores de vehículos privados por parte de estos abusadores y prepotentes choferes “sindicalizados”, y amerita una acción más decidida de las autoridades para enfrentar sus desmanes.

Una de esas acciones podría ser la de detener a los minibuses y autobuses que circulen por los carriles de alta velocidad para luego cruzar a los carriles donde están las paradas de pasajeros y multar a los conductores y a los propietarios, porque representan amenazas y peligro público para la vida y los bienes de los ciudadanos.

Es una sugerencia, apenas, para ver si encuentra terreno fértil en las autoridades y proceden entonces, dejando a un lado los miedos o los chantajes, a poner orden en nuestras vías públicas, sometidas al caos permanente por las violaciones a todas las reglas de tránsito.

El atropello de las niñas debe servir como episodio de alarma, tanto así como motivo de indignación, para sensibilizar a las autoridades y animarlas a actuar ya con voluntad, firmeza, sin miramientos, frente a aquellos “dueños del país” que se creen con el derecho y el poder para burlarse de toda la sociedad, impúnemente.

Y al barbarazo que causó estos daños, que la justicia se ocupe de darle su verdadero castigo.

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