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La “democratización de la información”

Bajo el sugestivo señuelo de la “democratización de la información”, en el que se amparan los gobiernos intolerantes de América Latina para fomentar, a menudo financiando, la aparicion de nuevos medios de comunicación, se incuba una de las mayores amenazas directas a la prensa libre e independiente del hemisferio.

“Democratizar la información” es, en el concepto de esos gobiernos, la mejor alternativa para romper la llamada “concentración” de la prensa independiente en pocas manos, pero resulta que ésta es, de verdad, una “concentración” disfrazada para crear un conglomerado de medios impresos y electrónicos, sean radiales o televisivos, que ayuden a saturar las audiencias con informaciones o propaganda oficial.

Este fenómeno se está dando en varios paises latinoamericanos regidos por gobiernos que regularmente atacan y restringen la libertad de prensa, aunque se proclamen defensores de ella, alegando que actúan en una praxis “democrática” que, en el fondo, no tiene nada de democrática, porque la intención es sacar del espacio a los medios que sí dicen todo lo que quiere expresar o conocer el pueblo, no las dosificaciones demagógicas y amañadas de la información oficial.

La tendencia se generaliza, sobre todo en países donde los gobiernos han impuesto leyes de comunicación que por cualquier disidencia o crítica de los medios independientes, aplica multas o medidas coercitivas.

Una de las formas de suprimir a la prensa independiente es deprimirla en sus bases financieras y empujarlas a la quiebra, para que se vean compelidas a su venta. Entonces aparecen unas figuras que, provistas de mucho dinero, adquieren las empresas y las ponen disimuladamente al servicio del gobierno, logrando jugosas colocaciones publicitarias o exenciones tributarias.

De ese modo se crea una apariencia de prensa independiente, que lleva a engaño a los incautos.

La otra forma es repartir o conceder las frecuencias de radio y televisión que existen por Internet entre personajes amigos y leales al gobierno, y no renovarlas a aquellos que, a través del tiempo, han manejado grandes empresas o cadenas y que tienen tradición pluralista.

Todas estas formas de control y asfixia de la prensa independiente se están dando como fenómeno contagioso en muchas partes de América Latina.

República Dominicana todavía no ha caído en estas tentaciones. Y ojalá que nunca caiga en ese error.

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