Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

EDITORIAL

La otra “pobreza” que no queremos ver

Los líderes políticos del mundo acaban de aprobar una audaz meta: erradicar la pobreza extrema de aquí al 2030.

A esa estrategia se le llama Objetivos de Desarrollo Sostenible, que viene a sustituir otra que se denominó Objetivos del Milenio, pronto a finalizar en 2016 con magros resultados.

Pero muy bien. Que se afronte el reto. En definitiva, todo el mundo está de acuerdo en que la riqueza material debe ser mejor repartida y que es preciso sacar de la miseria a millones de seres humanos que sufren carencias de todo tipo y que viven sin esperanzas.

Este es el encuadre de la pobreza extrema, aquella que sólo se mide según los niveles de ingreso per cápita o de posesiones de bienes materiales. Para la ONU estar en pobreza extrema es percibir menos de 1.25 dólares al día.

¿Y de la otra pobreza, qué?

De la pobreza del espíritu, que tiene un común denominador, el vacío existencial, que se nutre de todas las frustraciones del ser humano, los que ganan más y los que ganan menos de esa cantidad, y que tiene su expresión concreta en múltiples formas.

Por ejemplo, ¿qué hace la sociedad para rescatar a millones de jóvenes que, saturados por tecnologías y productos adictivos, han tirado ya la toalla y se sumergen en un mundo irreal o virtual para escapar de sus frustraciones o a ese “vacío existencial” que sellan su paso por la vida?

¿Por qué se inhiben de actuar de cara a las realidades, sean buenas o ingratas, que nos trae la vida? ¿Por qué parecen desinteresados de pensar y discernir con cabeza propia y no vivir sojuzgados a ideas y mensajes tan negativos, como si fueran dóciles marionetas?

Es un hecho que en nuestro país, como en otros muchos, sube en espiral el suicidio, el inmovilismo social y mental, el adocenamiento cultural y las conductas que hacen devaluar la vida humana, tal como lo apreciamos en lo fácil que otro mata al prójimo por cualquier tontería o en la grave incomunicación oral que separa a padres de hijos atrapados en el embrujo adictivo de las computadoras o los videojuegos, sumidos en un mundo de violencias, aberraciones y puras fantasías y en la más absoluta vagancia, sin descubrir que se han convertido en parásitos sociales.

Esa es la otra pobreza.

La pobreza espiritual que nunca medimos, aunque la palpamos y no nos atrevemos a “ver” y enfrentar responsablemente. Es la pobreza que hoy consume a miles de nuestros adolescentes y personas jóvenes haciéndolos pensar que “mi vida no tiene sentido”, porque nunca han pretendido buscarlo ni asumir todos los deberes o porque creen que no hay más caminos de salvación.

El facilísimo que nos proveen las últimas tecnologías es por una parte bueno. Pero poco a poco nos diluye las energías de crear y hacer, de pensar y discernir y de ser, en pocas palabras, humanista.

Gracias que aún la sociedad cuenta con un buen ejército de voluntarios, de personas de buena fe, de verdaderos trabajadores, de jóvenes que se fajan a estudiar para labrarse un mejor futuro, de gente que no tira la toalla por más terribles o graves que sean las crisis pasajeras de su existencia. Y a los que no les importa si viven o no con 1.25 dólares al día.

Por ellos estamos a salvo. Porque, como dijo el Papa Francisco, viven para servir.

...Aún.

Tags relacionados