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Cara y cruz de los linchamientos

Dos episodios en los que ciudadanos han reaccionado con agresividad contra presuntos delincuentes, en un caso ejecutando un linchamiento y en el otro casi lográndolo, ponen de manifiesto hasta qué punto la gente de la calle o de un vecindario asume la justicia por sus propias manos.

En ambos casos, los grupos se formaron por generación espontánea, es decir, actuaron en una misma dirección sin que sus miembros fuesen las víctimas o las potenciales víctimas de un atraco, aparentemente en interés de defender a personas que habían sido los blancos reales de los delincuentes.

La furia y el ejercicio de violencia que descargaron sobre los sospechosos de los atracos no estaban predeterminados, sino que constituyeron la reacción primaria que a su vez contagió a todos aquellos que en esos momentos, como espectadores, presenciaron el abuso de los delincuentes contra ciudadanos indefensos.

Una cosa es el tipo de reacción del público, que llegó al extremo injustificable de dar patadas, palizas y hasta disparos a los sospechosos, uno de los cuales murió a consecuencia de la brutal saña, que incluyó el rociado de combustible sobre su cuerpo, causándole quemaduras fatales.

El otro sospechoso se salvó de milagro, porque agentes de la Policía lo rescataron y se lo enajenaron a la multitud que le fue encima para matarlo.

Bajo ninguna circunstancia puede permitirse que nadie tome en sus manos la vida de otro ser humano. Esto es lo que no entienden los atracadores que, con preocupante frecuencia, hieren o matan a ciudadanos en las calles tras robarle algo de lo que cargan, sin que la justicia ordinaria, la legal, los castigue ejemplarmente.

Tal vez por la enorme cantidad de casos que quedan impunes o por la sensación de que a los criminales nada les pasa, porque el Código Procesal Penal es extremadamente indulgente con ellos, mas no así con las víctimas ni sus dolientes, hay mucha gente en nuestro país dispuesta a tomar la justicia con sus propias manos, y eso sí que es peligroso si se torna tendencia.

Si difícil es persuadir a los delincuentes a que no maten ni hieran y dejen de robar a inocentes e indefensos ciudadanos, más difícil será evitar que un grupo de ciudadanos, hartos de tanta delincuencia, actúen de repente como defensores o aliados de las víctimas para vengar el daño o la humillación inferida.

El delincuente, a menudo, actúa con alevosía, acechando a la víctima para darle el golpe final. Las masas que se forman, por generación espontánea, al presenciar el abuso, contraatacan por indignación, como para demostrar que a los delincuentes no se les puede permitir que actúen con libertad y a sus anchas, como lo hacen todos los días en nuestras calles y vecindarios, sin ninguna pizca de piedad ante nadie.

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