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EDITORIAL

Nadie puede estar por encima de la ley

Los acontecimientos de Guatemala, que han provocado el defenestramiento del presidente constitucional Otto Pérez Molina, han robustecido el principio de que nadie puede estar por encima de la ley en el ejercicio de cualquier función pública, máxime si se trata de la de mayor jerarquía en una nación.

Las sospechas de un equipo internacional de investigación y de la fi scalía general guatemalteca sobre los presuntos nexos entre el defenestrado Presidente, su Vicepresidenta y otros funcionarios en actos de corrupción administrativa, avivadas por una sistemática presión popular, han conducido a la caída de la cúpula gobernante y a la juramentación de un nuevo presidente, que deberá ejercer el cargo provisionalmente.

Pérez Molina, su Vicepresidenta arrestada y los demás funcionarios comprometidos en la trama corrupta, deberán defenderse ante la justicia, en estricto apego al estado de Derecho, aunque la opinión pública y el Congreso, con sus actos, ya los han condenado en la práctica.

Sea cual sea el curso que tome este proceso, lo importante es la enseñanza que deja para los demás países del continente donde existen gobernantes que, en origen legítimos, a menudo saltan las reglas éticas y morales prevalidos de su popularidad o de su prepotencia, seguros de que nada les pasará porque muchas de sus sociedades viven permeadas por la corrupción.

La experiencia guatemalteca pone en evidencia que una legítima presión popular, amparada en pruebas o sospechas atendibles, y canalizadas por las vías y los medios del derecho, puede poner fi n de manera incruenta a un régimen que haya pecado de corrupción o de apañar prácticas reñidas con la ley, en cualquier orden, y de hacer que la justicia cumpla su papel y que la Constitución no sea violada.

Como América Latina es una región donde predominan denuncias sobre maridajes corruptos en las mismas fuentes del poder, no debe descartarse que la chispa guatemalteca sea capaz de quemar otras praderas, del mismo modo en que otras tendencias históricas (como el imperio de los dictadores, la sustitución de estos por demócratas, el fi n de los golpes militares o la expansión de las guerrillas, la presencia de antipolíticos y de falsos demócratas en jefaturas del Estado) adquirieron en su tiempo extraordinaria fuerza de contagio.

Hasta hacerse “virales”, como se dice ahora.

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