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La tormenta deseada

A contrapelo de toda lógica, ahora queremos que la tormenta Danny pase por encima del país y nos bañe de lluvias. En ese fenómeno depositamos las esperanzas de rellenar nuestras presas y mitigar los duros efectos de una sequía que se ha prolongado más tiempo de lo normal.

Un poco lejos de nosotros todavía, la tormenta avanza cobrando fuerza en el Atlántico y se espera que adquiera la categoría de huracán hoy. Más adelante sabremos si el curso previsible que sigue hará que impacte a nuestro país, pero sea cual sea tal derrotero, lo real es que ahora todos la deseamos, aunque sea colita.

Tanta falta hace el agua que su carencia ya ha causado estragos. No solo en el campo agropecuario, que ha dejado de recibir el 80% de su volumen regular en tiempos óptimos para el riego, causando el desplome de la producción de muchos rubros alimenticios, sino en la vida de todos los ciudadanos.

Forzosamente ha sido preciso racionalizar el suministro de agua potable a la población, con los insuficientes niveles de agua almacenada en nuestras presas.

Si no nos pasa pronto una tormenta, un huracán o un período de lluvias, el país se expone a un riesgo mayor en la medida en que las presas se quedan vacías, se agotan los ríos y los arroyos, y los pozos resienten la presión por la búsqueda del agua, para lo que sea.

La deducción es que una tormenta o un huracán, en tales circunstancias, nunca sería peor que esta sequía.

Aquí, por experiencia aprendida, lidiamos cada año, en la temporada ciclónica, con varios fenómenos de lluvias y vientos intensos. Pero hay que recordar que al país no lo toca, desde hace cinco años, uno de estos fenómenos de categoría.

Razones hay ahora para desearlos. Ironías de la vida.

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