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EDITORIAL

¿Ganó para perder?

Dilma Rousseff ganó la reelección como presidenta del Brasil en octubre, pero ese fue un triunfo que al parecer no le ha valido para nada.

Ganar para perder fue la primera premonición que muchos se hicieron tras su apretada e incierta victoria en las elecciones del año pasado y ahora que navega en medio de un torrente de críticas y quejas por la corrupción desbordada en su primer mandato y por el deterioro de las condiciones de vida de los brasileños, su mandato se tambalea.

Esas últimas elecciones dieron la tónica de lo que sería su futuro, pues a pesar de sus exitosos planes sociales que permitieron sacar de la pobreza a unos 40 millones de brasileños y apuntalar a Brasil como una de las grandes economías del planeta, las simpatías electorales hacia ella siempre fueron fluctuantes, tanto en la primera como en la segunda vuelta.

Algo andaba mal. La corrupción opacaba sus logros y debilitaba su extraordinario carisma.

Muy confiada en que sus políticas sociales y económicas le redituaban apoyos para seguir en el cargo, el malestar general por el escándalo de corrupción en Petrobras y su manejo personal del gobierno, sin recibir regularmente a sus ministros, hizo que su posicionamiento fuese drenado por el candidato opositor Aecio Neves, a quien apenas venció por un estrecho margen de tres puntos porcentuales.

Un avisado humorista, que columbró a tiempo lo que está sucediendo hoy, lanzó a las redes un chiste que pareció más bien un consejo práctico: “A Dilma que gobierne en la mañana, y Aecio en la noche”, ocurrente fórmula para indicar que Brasil estaba irremediablemente dividido entre ambos polos. Y que ella, sola, no estaba apta para gobernar una nación así fragmentada.

Incapaz de formar el gobierno de coalición que sugería el chiste del humorista, pero que traducía el deseo de la mayoría, la presidenta Rousseff se ve hoy atrapada entre un proceso judicial que ya se ha llevado a la cárcel a grandes imputados en los fraudes de Petrobras y las crecientes presiones populares para que salga inmediatamente del poder.

Los acontecimientos del presente, reflejados ayer en las masivas marchas populares en casi 200 ciudades de Brasil y en la determinación de sus opositores de echarla cuanto antes del poder, abren un inquietante espacio a la inestabilidad y llenan de brumas su futuro.

Con un nivel de popularidad a ras de suelo, al día de hoy, mucho le costará remontar a los esplendorosos porcentajes que la encumbraron en su pasada gestión ya que su campo de maniobras se estrecha cada día y, para colmo, el declive de la economía brasileña se lo agudiza aún más.

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