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El “caramelo envenenado” de la OEA

Ninguna nación tiene derecho a decirle a otra cómo debe proceder en las repatriaciones de ilegales extranjeros que se encuentran en su territorio.

El país que ejerce, soberanamente este derecho, acogiéndose a sus propias o particulares reglas o leyes sobre la materia, no puede permitir semejante injerencia de otro en estos asuntos, ni en cualquiera que responda al interés nacional y a la libre autodeterminación que le reconoce el derecho internacional.

Si fuera tan fácil hacerlo, hace tiempo que la Organización de Estados Americanos hubiera podido imponer y hacer aplicar un marco especial a las repatriaciones que disponen los Estados Unidos de mexicanos, haitianos y otros ciudadanos de Latinoamérica ( incluyendo millares de niños pobres) que se encuentran ilegales en esa nación.

Si eso hubiese sido parte de algún fuero especial que tuviera la OEA para decidir tales políticas cabría suponer que también encajaría, como contraparte, su responsabilidad de evitar las entradas ilegales de esos inmigrantes a cualquiera de sus países miembros. Y ya sabemos que ni para una cosa ni para la otra sirve la OEA.

Por tanto, constituye un caramelo envenenado contra la República Dominicana la propuesta que hizo ayer el secretario general Luis Almagro de “utilizar los buenos oficios de la OEA” para facilitar un diálogo entre Haití y nuestro país en el que “la comunidad internacional” sea parte para “buscar mecanismos para ayudar a las personas desplazadas, en particular a los más vulnerables”.

¿Quién es la comunidad internacional? ¿Cuáles son esos “mecanismos” de ayuda? ¿Quién le dijo a Almagro que en esta isla, compartida por dos países, no por uno solo, como él quiere o ha vislumbrado, existe alguna disputa por razones de territorio o de migración que amerite la intervención foránea arropada en “los buenos oficios” de la OEA para obligarnos a dialogar para establecer “mecanismos de entendimiento” que rijan las repatriaciones?

La OEA sigue siendo porfiada. Sin haberse retractado ni pedido perdón por su bochornosa invasión militar contra nuestro país en 1965, ahora viene como una mansa gatita a insistir en una vuelta al diálogo dominico-haitiano, pero bajo la mirada y supervisión de la imprecisa “comunidad internacional” alarmada ante “la existencia de desplazamientos de poblaciones que sobreviven en condiciones precarias” en nuestro suelo. Solo por usar esta mentira ya está descalificada para servirse de “mediadora”.

Si su porfía es la de intervenir, ¿por qué la OEA no utiliza sus “buenos oficios” y pide a la “comunidad internacional” que derrame toda la ayuda posible hacia Haití, a fin de que sus millones de habitantes no sigan viviendo “en condiciones precarias”, al margen del respeto a sus legítimos derechos humanos, y pueda esa nación institucionalizarse y garantizarle a sus ciudadanos los elementos necesarios para que no tengan que salir indocumentados y en situación incierta, a buscar un mejor futuro en otras latitudes?

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