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EDITORIAL

No podemos caer en la trampa

El Gobierno dominicano ha dado una respuesta contundente al descarnado injerencismo del secretario general de la Organización de Estados Americanos en nuestros asuntos migratorios, pretendiendo fi jar las reglas del juego en el proceso de repatriación de extranjeros ilegales que no califi caron para regularizar su estatus en el país.

Ha rechazado la atrevida afi rmación de Luis Almagro de que Haití y República Dominicana constituyen un solo país en una isla, algo que podría aceptarse como un disparate más de alguien que no parece conocer la geografía política mundial pero que, en realidad, traduce lo que puede ser una soterrada estrategia para promover un híbrido binacional fuera de toda lógica histórica.

Almagro ha herido la sensibilidad nacional frente a este tema y el resultado ha sido la fi rme decisión del Gobierno de no asistir a un “diálogo” convocado por el secretario general en Washington, la próxima semana, porque él se ha descalifi cado a sí mismo para interactuar en cualquier diferendo haitiano-dominicano, ya que sus opiniones sobre el proceso van dirigidas a infl uir para que el país renuncie a la aplicación de sus leyes, vale decir, al ejercicio del derecho a la autodeterminación de sus políticas nacionales.

En verdad, Almagro no promueve una conciliación de intereses, sino una imposición de reglas, y es evidente que está usando el escenario de la OEA y su condición de secretario general para llevar al país a una trampa y hacerle aceptar una política de “libre tránsito de ciudadanos” de uno y otro lado, que es casi como borrar de un tirón los límites territoriales y dar paso a la fusión o hibridación de ambas naciones “en una sola isla”.

Eso de reclamar el cese de las repatriaciones, sean coercitivas o voluntarias, en función de lo que dictan las leyes, y de anunciar que la OEA buscará “soluciones duraderas” al actual diferendo, implica un desconocimiento de las capacidades que puedan tener Haití y República Dominicana para resolver sus diferencias sin intrusión de terceros, ni mucho menos de títeres que puedan estar siendo movidos por alguna mano oculta para llegar al fi n ulterior de una especie de anfi ctionía en el ideal de “una sola isla, un solo país”.

Basta examinar el contenido de todas las declaraciones que el señor Almagro ha venido ofreciendo sobre este caso para darnos cuenta de que su visión unidireccional del problema es la que pretende imponer a través de un “consenso hemisférico” con una hoja de ruta que comenzó con denuncias de violaciones a derechos humanos, de “desnacionalización” y fomento de la apatridia, de racismo y discriminación, seguida por dos sesiones del Consejo Permanente donde las partes quedaron confrontadas y luego por el envío de una “comisión técnica”, que brindará en bandeja de plata las “razones” por las cuales la OEA debe de actuar para alcanzar “una solución duradera”.

Por suerte, el Gobierno dominicano ha comenzado a entender las claves de la urdimbre y a distinguir entre la buena y la mala fe de los actores que han intervenido en este proceso, actuando con fi rmeza y responsabilidad para defender la dignidad nacional y la soberanía ante todo intento por herirla de muerte.

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