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EDITORIAL

La “injerencia humanitaria”

La “injerencia humanitaria” y la llamada “intervención democrática” han sido dos prácticas convencionales que, dejando de lado el uso de la fuerza militar, han ido minando el viejo principio de la no intervención que consagraron como doctrinas, en sus respectivas cartas, la ONU y la OEA.

Bajo estas dos denominaciones, fuerzas organizadas por un grupo de naciones han tomado el control de países en los que se alega que predomina una crisis humanitaria o se han entronizado, por vía del golpe de Estado o de una sublevación rebelde, regímenes no democráticos.

Otra razón poderosa que ha determinado estas injerencias es la situación de abusos a los derechos humanos, un tema que sensibiliza a la comunidad internacional y la motiva a unirse en un proyecto restaurador de esos derechos y las libertades humanas en sentido general, así como las denuncias de limpieza étnica o religiosa imputables a naciones donde suelen darse este tipo de confrontaciones.

En cualquiera de estas tres circunstancias, la condición sine qua non es que las fuerzas interventoras no utilicen armas de fuego, sino que se atengan a la misión de proteger a una comunidad de la hambruna o la extinción de sus derechos fundamentales o de restaurar el orden democrático conculcado.

En la presente confrontación entre Haití y la República Dominicana, dos países miembros de la OEA y de la ONU, han salido a relucir dos argumentos que al cobrar fuerza de “verdad” o “falsos positivos” pueden dar a la comunidad internacional la sensación de que aquí estamos incurriendo en ellos: la repatriación forzada y masiva de inmigrantes a los que se les violan sus derechos humanos y la posibilidad de que, a consecuencia de este retorno forzado, surjan millares de apátridas y que Haití sufra las consecuencias de una crisis humanitaria al no poder alimentar ni dar techo al “tsunami humano” que República Dominicana ha provocado.

No es ocioso pensar que, bajo este cuadro de falsedades, a alguien se le ocurra sugerir la idea de una “injerencia humanitaria” para sellar, con tropas extranjeras, la frontera común y paralizar por la fuerza coactiva de la comunidad internacional este proceso de “limpieza étnica”, en nombre del respeto a los derechos humanos, un principio con el que todo el mundo hace causa común... cuando conviene a ciertos intereses.

El historial de “injerencias humanitarias” o “intervención democrática” en el mundo es tan nutrido que ahí están los casos del propio Haití en 1994 y 2004; la “paz” dominicana en 1965, Namibia, Timor Oriental, Somalia y Yugoslavia en un tiempo más lejano, entre otros ejemplos.

Añadir una más no sería cosa difícil, imposible o “ilícita”. Pretextos sobran en un mundo en el que el puro principio de la no intervención de uno o más estados en otro fue echado al zafacón del derecho internacional hace tiempo.

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