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EDITORIAL

Dos episodios para recordar

En dos escenarios de auténticas crisis humanitarias, el del bloqueo internacional de 1994 y el del terremoto devastador del 2010, la primera mano amiga que se le tendió a Haití para remediar sus penurias fue la de la República Dominicana.

En el primer escenario, la Organización de las Naciones Unidas impuso un severo bloqueo a las exportaciones e importaciones de Haití, como una medida de presión para reponer en el poder al presidente Jean Bertrand Aristide, derrocado en 1994 por un golpe militar.

El único gobierno que se atrevió a desconocer ese embargo fue el dominicano, en ese entonces dirigido por el doctor Joaquín Balaguer. Y lo hizo así para evitar que un desabastecimiento de productos comestibles o indispensables para la vida humana, condujera a una catástrofe mayor.

A la República Dominicana no le importaron las consecuencias de un paso tan audaz como ese, porque prevaleció más el interés por la suerte de un pueblo atrapado al mismo tiempo en la miseria y en una grave crisis política, gesto que jamás le han agradecido.

En el otro escenario, el del terremoto del 2010, la República Dominicana no solamente hizo acto de presencia con toda suerte de ayuda y equipos de emergencia para asistir a víctimas y damnifi cados, sino que abrió de par en par su frontera para acoger a aquellos que necesitaban urgentemente abrigo y atenciones médicas.

Desde entonces y hasta hoy, mostrando una indulgencia que otras naciones no conceden a los inmigrantes, permitió que miles y miles de haitianos estuviesen aquí de manera ilegal aunque ello implicase una fl agrante violación de sus leyes migratorias.

Y todavía más: organizó un plan de regularización durante 18 meses para favorecer a esos inmigrantes ilegales sin producir repatriaciones masivas ni desconocer la nacionalidad dominicana a los hijos de haitianos que hayan podido demostrarla fehacientemente con los documentos que exige la ley.

Si se hubiese apegado a la regla, en estricto rigor, lo procedente fuera que los deportara a todos y eso sí hubiese podido causar una crisis humanitaria. Pero no lo hizo.

Es oportuno recordar estos antecedentes a los hipócritas y mentirosos líderes haitianos que andan denunciando los peligros de una crisis humanitaria de la que quieren culpar a la República Dominicana, y lo hacen preferentemente en los salones de consejos de dos instituciones internacionales, la OEA y la ONU, que sí tienen una maestría en acciones interventoras que, en nombre de la causa democrática, y de la ayuda humanitaria, han creado tollos más grandes que los que pretendían subsanar.

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