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Boquitas chismosas

A muchas figuras de gobiernos y de entidades internacionales se les ha ido la mano al entrometerse en nuestros asuntos internos, usando unas patentes de corso para descalificar, condenar y juzgar las decisiones que ha tomado el país, soberanamente, en la instauración de sus reglas migratorias.

Han perdido la compostura yendo más allá de la crítica a la sentencia del Tribunal Constitucional, la ley de naturalización y el programa de regularización de extranjeros que viven ilegalmente aquí, llegando a los extremos de dictarnos pautas para que, en franca violación de nuestra Carta Magna y los derechos soberanos, hagamos lo que ellos dicen o sugieren como si fuesen los procónsules de esta nación.

Contrario a estos desmadres, República Dominicana se distingue en el orden internacional porque actúa con un alto nivel de respeto en sus formas de expresarse, cuidándose de no traspasar las líneas que demarcan la soberanía y la libre determinación de las naciones amigas, y de no inmiscuirse en conflictos internos de otros países.

Un boquita chismosa, que se ha abrogado la licencia de meterse en nuestros asuntos, atacándonos de manera desembozada en cualquier reunión internacional en la que coinciden los delegados dominicanos y del país que él gobierna, es el primer ministro de San Vicente y Granadinas, Ralph Gonsalves, quien acaba de arremeter otra vez contra el plan de regularización.

Está obsesionado con lo que hace el país en esta materia, pero mira irresponsablemente para otro lado cuando algunos socios de la Comunidad de Estados del Caribe, a la que nosotros no pertenecemos y tampoco nos quieren, echan de sus territorios sin contemplaciones a los extranjeros ilegales.

Ahora se agrega a este coro de entrometidos y de boquitas chismosas, el alcalde de Nueva York, Bill De Blasio, quien condena en términos duros, extravagantes y fuera de tono la política migratoria dominicana, insinuando motivación xenófoba o étnica, y proponiendo un boicot contra el turismo hacia nuestro país, base fundamental de la economía y prueba de ejemplo de la hospitalidad y cordialidad con que aquí recibimos a los turistas norteamericanos.

No sabemos cómo saca parte de lo que debería ser su ocupado tiempo para abrazar tan osada iniciativa si los policías blancos del Estado que dirige matan a tiros por las espaldas o estrangulan a ciudadanos negros indefensos, fenómeno que también se da con frecuencia en otros Estados de la Unión y que ha obligado al presidente Barack Obama a admitir que esa sociedad todavía no se ha curado del pecado racial.

Como se ha perdido la compostura, representantes de gobiernos o entidades internacionales se han sentido en libertad de ofendernos y despotricar contra nuestras decisiones soberanas de políticas internas, queriendo poner de mojiganga a República Dominicana, una nación que sí actúa en el campo internacional con decencia, respeto y consideración de trato a los países con los cuales mantiene relaciones diplomáticas, comerciales y de amistad.

Pero la decencia tiene sus límites.

El Gobierno está obligado a defender la dignidad nacional de manera firme y responsable cada vez que unos atrevidos y desconsiderados extranjeros meten sus narices en nuestros asuntos internos, como acaba de hacerlo, gallardamente, el embajador en Washington, José Tomás Pérez, al responder la desmesura del alcalde neoyorquino Bill De Blasio, calificándolo como un agravio gratuito contra nuestro país y un “acto de hipocresía política intolerable”.

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