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La “Santa” de los discapacitados

Doña Mary de Marranzini ha consagrado su vida y todas sus energías humanas al bienestar de los discapacitados dominicanos y eso basta para que por esta obra virtuosa se haya ganado, literalmente, el mérito de ser considerada en la misma categoría que la Iglesia otorga a sus santos. De hecho, su quehacer ha sido eminentemente cristiano porque en ella se sintetizan valores tan esenciales como la asistencia desinteresada al prójimo, la caridad en lo que concierne a la atención gratuita para muchos discapacitados, la solidaridad, es decir, el tomarse para sí los sufrimientos de los otros y, ante todo, el amor sin fronteras que ha brindado a aquellos que buscan, en el Centro Nacional de Rehabilitación, el remedio a sus padecimientos. Todo este conjunto de virtudes suele adornar a los que alcanzan los altares de la Iglesia católica, no importando necesariamente si las personas están o no vinculadas formalmente al orden eclesial. La obra social o religiosa, derramando bondades y ayudas generosamente, o el martirologio que han sufrido a causa de la fe, han bastado para que miles de seres humanos hayan sido encumbrados al sitial más alto de la veneración dentro del catolicismo. Doña Mary de Marranzini se ha entregado por más de 50 años a la labor de crear y ampliar los centros de rehabilitación de personas con discapacidades físico-motoras, y se ha convertido en un emblema de entrega y sacrificio a los demás, sin procurar mayores recompensas que las de ver activos, productivos y con alta estima a gente que recibió atenciones en esos centros y que siguen siendo útiles a la sociedad. Es un trabajo que rescata y fortalece la dignidad de estos ciudadanos, otrora discriminados o no muy tomados en cuenta para distintas tareas laborales por su condición de discapacitados. Doña Mary ha recibido ahora un sentido y justificado homenaje de reconocimiento por parte del Senado de la República, otra prueba de cariño y simpatía que recibe de la sociedad dominicana. Y cuando se ve, a la distancia de los años, la magnitud de su trabajo, el LISTÍN no puede sustraerse al deseo de felicitarla también, pero más que felicitarla, exaltar ese inconmensurable trabajo suyo, admirar su tenacidad, su amor cristiano, puro y cristalino, y el buen ejemplo que ha dado a los demás. Como las verdaderas santas de nuestra iglesia.

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