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INTELIGENCIA

Choferes rurales, antes que Uber

Carmen Lopez, una trabajadora agrícola jubilada, guarda una Biblia en el asiento trasero de su Honda plateado modelo 2003 y unos ganchos para tejer y una novela en español en su bolsa. En su línea de trabajo, tiene que esperar mucho.

En Hurón, una comunidad agrícola aislada de 7.000 habitantes en el Valle Central de California, una de las poblaciones más pobres del Estado y un lugar donde casi una cuarta parte de las familias no tiene auto, Lopez trabaja como “raitera”: lleva a las personas en auto al consultorio médico, a la sala de tribunales y otros lugares que están sólo en Fresno, a unos 80 kilómetros de distancia.

Rey Léon, el alcalde de Hurón, piensa en la tradición latina de compartir viajes rurales como “Ubers indígenas” y tiene planes para formalizar el servicio.

Lopez, una de siete raiteras en el pueblo, trabaja a cambio de dinero para la gasolina, una comida en un buffet o una taquería local, y el placer de tener un poco de compañía y conversación. Los pasajeros que pueden costearlo le pagan 50 centavos de dólar por milla (1.6 kilómetros).

Recientemente, el fundador de Uber, la empresa de servicios de viajes compartidos más famosa de Estados Unidos, anunció su renuncia. La compañía, valuada en unos 68.000 millones de dólares, ha tropezado en una serie de desastres, incluyendo denuncias de acoso sexual y la exposición de una aplicación creada para evadir las regulaciones.

Pero quien piense que el futuro de los viajes compartidos está amenazado por la mala conducta de Silicon Valley debe mirar hacia otra parte, a algunos de los lugares más aislados de Estados Unidos, donde intrépidas redes de voluntarios y emprendedores hacen que sea posible que sus vecinos se desplacen.

Los Ubers endémicos son esenciales en Hurón, una población predominantemente latina rodeada por campos de ajo y tomate. No hay verdaderos Ubers en este lugar; de todas maneras, pocos podrían costearlos. El único autobús que tiene el condado toma casi tres horas para llegar a Fresno, haciendo 16 paradas en pueblos aún más diminutos como Raisin City (población: 380 habitantes) antes de dar vuelta cuatro horas más tarde y regresar. Un boleto de viaje redondo cuesta 9 dólares.

Alguna vez apodada “Knife Fight City” (Ciudad de las Peleas de Cuchillos) y aún plagada por la violencia pandillera, Hurón parece una incubadora improbable para las ideas de transporte poco convencionales. Pero a partir de este otoño, la localidad proporcionará dos vehículos eléctricos para el uso de Lopez y otros, parte de un proyecto llamado Green Raiteros (Raiteros Verdes) que es apoyado por Valley LEAP, una organización sin fines de lucro fundada por Léon. Empleará a una experimentada raitera como despachadora y los pasajeros necesitarán sólo un número de teléfono —sin la necesidad de una app— y pagará a los conductores una pequeña cantidad según la distancia que recorran.

Una serie de estaciones de carga abrirá junto a huertos de pistachos y almendras en los caminos a Fresno.

La Comisión de Compañías de Servicio Público de California aprobó 519.000 dólares para construir las estaciones, y más financiamiento probablemente vendrá de una política novedosa que reserva un 35 por ciento de los dólares de las subastas de “canjes y topes” del Estado para la energía limpia en comunidades pobres.

Green Raiteros y Van y Vienen, una camioneta van compartida que a partir de este verano conectará a las cercanas y minúsculas Cantua Creek y El Porvenir —comunidades gemelas separadas por un camino muy accidentado— son los ejemplos más recientes de un movimiento para democratizar los viajes compartidos como una solución al aislamiento rural. El objetivo es reducir los costos del transporte, proporcionar a los conductores un salario suficiente para vivir y reducir la contaminación, que es un verdadero problema en esta área.

En términos más amplios, “las personas en las comunidades rurales realmente obtienen capital social”, expresó Katherine Freund, fundadora de ITN America, una red sin fines de lucro de más de 700 conductores en todo el país, casi todos voluntarios, que proporciona viajes a personas de la tercera edad y las que tienen discapacidad visual.

Hurón no tiene cine, periódico ni farmacia, y la carretera principal es impasable en lluvias fuertes. Como en muchos pueblos rurales, la creciente consolidación —escuelas, hospitales, tribunales y centros comerciales regionales— “hace que el elemento del transporte sea más fastidioso”, expresó Scott Bogren, director ejecutivo de la Asociación de Transporte Comunitario de Estados Unidos.

En Cantua Creek sólo hay un autobús: el camión escolar. “La falta de transporte es un enorme obstáculo para la oportunidad económica”, indicó Phoebe Seaton, codirectora del Leadership Counsel for Justice and Accountability, una organización sin fines de lucro que trabaja con los residentes en la nueva camioneta van eléctrica. “Afecta el acceso al empleo, los servicios de salud, la educación y los alimentos saludables”.

Silvia Mora, una administradora de casos de 52 años en una agencia de servicios sociales en Hurón, no tenía auto en los años 90 cuando su bebé Minerva, ahora una profesora de 26 años, se enfermó de gravedad y tuvo que ser llevada en avión al Hospital Infantil del Valle en Madera, a una distancia de 100 kilómetros. Mora tuvo que pedir el dinero para poder llevarla.

Ahora Mora pasa un día a la semana como raitera voluntaria; recientemente llevó a una víctima de violencia doméstica al consulado mexicano en Fresno para que obtuviera un pasaporte con el fin de solicitar una visa especial para víctimas de un delito. “Me digo: Si puedo ayudar a esta persona, ¿por qué no?”, expresó desde detrás del volante, donde un ángel de cristal cuelga del espejo retrovisor.

El Valle Central no es el único lugar donde los modelos ciudadanos florecen. En Nebraska, Ohio y Dakota del Sur, los conductores de una empresa de servicios llamada Liberty Mobility Now están familiarizados con los caminos de grava y las direcciones que no existen en los mapas de Google.

En Watertown, Nueva York, a unos 50 kilómetros de la frontera canadiense, el Centro de Transporte Voluntario, de 25 años de existencia, cuenta con 250 conductores que cubren un área de tres condados. Charlie Lehman, un profesor jubilado de 75 años, frecuentemente lleva a personas en sillas de ruedas a las sesiones de diálisis. Tiene que esquivar tormentas de nieve invernales y su auto fue pérdida total en dos ocasiones tras impactar a venados.

Estas áreas rurales tienen “una cultura de involucramiento y un nivel de benevolencia que podrían ser inspiradores para crear formas innovadoras de movilidad”, dijo Susan Shaheen, codirectora del Centro de Investigación de la Sustentabilidad del Transporte en la Universidad de California, en Berkeley.

El reto será encontrar maneras de hacer que iniciativas como Green Raiteros sean sustentables a largo plazo.

Viajando en la camioneta van de Mora, pasando palmeras y bodegas de empacado de frutas, pensé en el transporte como un derecho humano, como el aire limpio y el agua potable, y la mejor manera de protegerlo. En un momento en que la autonomía es el tema favorito de Silicon Valley, los emprendimientos como el de Mora representan lo contrario: la comunidad.

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