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Tiempo para el alma

“El Señor es piadoso y clemente”. Sal 111 (110): 4. ¡Gracias Señor, bueno eres, gracias Señor, grande eres! La alabanza está siempre en la boca de quien ha vivido en carne propia la misericordia de Dios. No tenemos manera de explicar su piedad, su clemencia, esa misericordia infinita; no hay manera de explicarlo, que no sea admitir su amor incondicional y gratuito. Si tomara en cuenta nuestros olvidos, nuestras distracciones, esa inevitable tendencia a ver todo lo bueno que nos pasa, como exclusiva consecuencia del bien que hemos hecho; si tomara en cuenta eso, no gozáramos de tanta gracia divina. Así que, desde nuestra humanidad es inexplicable que Dios nos ame con los ojos vendados, que tenga piedad cuando decimos “ayúdame que yo no puedo solo”, cuando imploramos su perdón, cuando vemos la obra de su misericordia en nuestras vidas. Nuestro aliento, ese respirar seguros; nuestra paz, la oportunidad de volver a empezar y volver a empezar una y otra vez, cada demostración de vida a plenitud son resultado de su piedad, de su clemencia. ¡Gracias Señor, bueno eres, gracias Señor, grande eres!

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