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Obama revolucionario y Castro iluminado: Fórmula de dos ganadores

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama había anunciado desde su primera presidencia la intención de clausurar el centro de detención ubicado en Guantánamo, lo que significa que la mayor de las antillas estaba en su mirilla

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Ricardo Pérez FernándezSanto Domingo

Atan solo 4 días de que en alocuciones simultáneas, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y su homólogo cubano, Raúl Castro, anunciaran a un mundo en estupefacción, la intención de iniciar el proceso de la normalización de sus relaciones diplomáticas, aún entre nosotros, hay muchas más preguntas que respuestas. De tan transcendental hito, lo que conocemos hasta que se escriben estas líneas, es lo siguiente: Que las conversaciones que derivaron en lo anunciado por ambos presidentes, iniciaron hace 18 meses, en junio de 2013, en las que Su Santidad el Papa Francisco jugó un papel preponderante en el acercamiento inicial, y Canadá, sirvió de anfitrión en al menos 7 rondas de negociaciones. Sabemos también que ha habido un intercambio de prisioneros. En EEUU fueron liberados tres ciudadanos cubanos que habían sido condenados por espionaje; en Cuba, fue liberado el activista Alan Gross, quien guardaba prisión desde 2009, al igual que otro ciudadano cubano-americano, a quien se le describe como un valioso agente al servicio de la inteligencia norteamericana. Sabemos además por vía del propio presidente Obama, que desde el miércoles, han sido liberados más de 50 disidentes que guardaban prisión en la isla. Adicionalmente, tenemos la información de que EEUU ha decidido flexibilizar 12 categorías de viajes --aunque por el momento, aparentemente, el turismo seguirá restringido--; de que han autorizado un incremento en el monto trimestral de las remesas enviadas a Cuba, de 500 dólares a 2,000; de que se ha abierto la posibilidad de la comercialización de nuevos productos, con especial interés en aquellos del sector de las telecomunicaciones; de que se permitirán más operaciones financieras, incluyendo la posibilidad de transar en la isla con tarjetas de crédito y débito, al igual que la apertura de cuentas en bancos cubanos que faciliten el comercio con EEUU; de que se permitirá la importación individual de mercancías hasta un valor de 400 dólares, incluyendo hasta 100 dólares de los afamados cigarros cubanos; y de que en un plazo de seis meses, se revisará y rectificará la denominación que desde 1982 tipifica a Cuba como “Estado patrocinador de terrorismo”, categorización que limitó aún más su posibilidad de inserción en las redes financieras mundiales. Lo anterior, desglosa las principales medidas que se supone serán implementadas en el más breve plazo de tiempo. Sin embargo, conocer los detalles de este punto de inflexión en las relaciones EEUU-Cuba, nos lleva indefectiblemente a formularnos al menos la siguiente pregunta: ¿por qué ahora, y cuál ha sido el cálculo político de ambos países al momento de emprender esta nueva ruta en sus relaciones? Momento y cálculo políticoSin lugar a dudas, la anterior es la interrogante que más resuena entre la comunidad de analistas y aficionados al tema. Y es que tras 53 años de rompimiento de relaciones diplomáticas; 52 años de un bloqueo económico, comercial y financiero, y 23 condenas consecutivas a dicho asilamiento por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que sea precisamente éste el momento en que se produce un giro en la política de EEUU hacia Cuba, deja a pocos indiferentes. Pero, si entendemos el momento político del presidente Obama, y la coyuntura político-económica de Cuba, creo que las respuestas van despejándose por sí mismas. El presidente Obama había anunciado desde su primera campaña por la presidencia, la intención de clausurar el centro de detenciones de Guantánamo, lo que significa que aunque fuera de manera indirecta, la isla mayor de las antillas ya estaba en su mirilla. Desde que los demócratas perdieran el control del senado en las elecciones de este noviembre, las medidas del presidente Obama van dibujando un patrón de actuación que es absolutamente compatible con la decisión de restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba. Nos referimos a la recurrencia del decreto presidencial en la toma de medidas que resultan populares ante la opinión pública norteamericana, y ante las que la mayoría congresual republicana se mantiene en la inacción. Como ejemplo, véase lo acontecido en el tema migratorio. Conforme a al menos cuatro firmas encuestadoras consultadas, desde hace ya varios años, la mayoría de la población norteamericana favorecía un cambio en la política hacia Cuba, incluyendo la comunidad de cubano-americanos, de los que 67% reside en el estado de la Florida. Conforme la población de este conglomerado va cediendo espacio a los jóvenes de segunda generación, hijos y nietos de aquellos que abandonaron Cuba al triunfar la revolución castrista, así mismo van cambiando las actitudes en torno al régimen. En una medición hecha por el Pew Research Center en 2014, 68% de cubanos-americanos apoyaba el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba y la eliminación del embargo, y estas son cifras que seguro no escapan al presidente Obama. LegadoAl entrar al último cuarto de su presidencia, Barack Obama anda en búsqueda de cimentar su legado, y en Cuba ha visto una oportunidad con posibilidades de triunfo. Si Cuba llegase a encarrilarse por el sendero luminoso del respeto a los derechos humanos y la adopción de libertades individuales que eventualmente den apertura plena a la democracia, sería el presidente Obama quien se llevaría esos méritos --y por qué no, también la consolidación de la Florida como estado demócrata al menos para las elecciones de 2016--, lo mismo que un posible relanzamiento de la política estadounidense en América Latina; continente éste que siempre se solidarizó con Cuba, y que hoy al unísono, aplaude el gesto y la valentía del presidente Obama. En cambio, si no se llegara a concretar nada significativo y Cuba desoyera el pedido de respeto a los derechos humanos y de reformas que promuevan la democracia, presentadas como condiciones consustanciales a esta oferta de apertura, entonces el presidente Obama lesionaría su legado histórico irreversiblemente, y en lo que a esto respecta, se le recordaría como el presidente que dio, a cambio de un simple intercambio de prisioneros, concesiones a un régimen antidemocrático y autoritario de 55 años, el que terminó por tomarle el pelo y aprovecharse de su ingenuidad, inexperiencia e incapacidad. ¿Sorpresa en Cuba?Aunque nadie fuera capaz de prever el fin oficial de la guerra fría en América Latina, lo cierto es que al analizar retrospectivamente el estilo y las acciones políticas del presidente Raúl Castro, tiene perfecto sentido que fuera bajo su mandato, y no en ningún otro momento, que los EE UU reconsiderara su posición frente a la isla caribeña. Cuba está cambiando, y a ritmo acelerado. Antes incluso de que se iniciaran las negociaciones secretas con EEUU, ya Raúl había hecho algo sin precedentes en el régimen castrista: anunció en febrero de 2013 que se apartaría del poder al término de su segundo mandato en 2018, lo cual demuestra al menos un cambio en forma. Pero con todo lo demás que ha habido, es evidente, que ahora también se persiguen los cambios de fondo. Bajo Raúl, se ha permitido la libertad de empresa en algunos rubros; la venta y compra de automóviles y casas (ha dado derecho a la propiedad, el fundamento de toda forma de capitalismo), y el derecho a tener teléfonos móviles. En julio de 2014, anunció la Ley de Inversión Extranjera, en un esfuerzo de incrementar el volumen de negocios en la isla, y la inversión extranjera directa. Ante esta clara demostración de interés en la apertura comercial, y ante las dificultades políticas y económicas de su principal fuente de apoyo, la República Bolivariana de Venezuela, Cuba se quedaba sin alternativas, siempre y cuando asumamos como premisa que Raúl Castro desea que el régimen político-económico perdure. De no ser así; de ser Raúl por conciencia propia una figura transicional con el objetivo de colocar a Cuba sobre las riendas del cambio permanente, izando efectivamente la bandera que anuncia la renuncia a un modelo fracasado, entonces, en opinión de quien suscribe, quedaría el más joven de los Castro, verdaderamente, y no retóricamente, absuelto por la historia. El tiempo transcurrirá. Obama va por su legado; Raúl va --esperemos-- por un salto cualitativo en la vida de sus conciudadanos. Si así fuere, este será uno de esos casos en el que a pesar de lo prescrito por el ajedrez de la geopolítica, de que allí donde hayan ganadores tendrán que haber perdedores, quedarán incólumes y erguidos en bondadoso contubernio, dos merecidos ganadores. Que así sea.

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