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SIN PAÑOS TIBIOS

¿Quién ganó el debate?

Como en el combate, el fragor de los debates electorales nos hizo olvidar a abril… como si todo no surgió después de Abril, (esta vez con mayúsculas), como certera y hermosamente escribiera ayer el Dr. Julio César Castaños; porque aquel lejano 24 de 1965 no sólo fue un alzamiento, sino también la expresión más firme y contundente del deseo de un pueblo de reencauzar su camino por el curso correcto de la historia, y desandar los pasos dados a partir del trágico golpe de 1963; ese que dio al traste con el gobierno más honesto de nuestra historia en todo el siglo XX.

Y si ahora escribo sobre Abril de 1965, y no sobre el debate que los candidatos presidenciales tuvieron anoche, no es sólo para que no se olvide; o porque al momento de hacerlo –por cuestiones de tiempo editorial– no podré reseñar sobre algo que aún no ha ocurrido, sino por la relación íntima y sutil que existe entre los dos eventos; y porque escribir sobre algo que aún no ocurre me permite fabular sobre eso, y también aventurarme en el terreno de la especulación, orientándome únicamente con la brújula del convencimiento; el que tengo de que nuestra clase política es consciente del momento de cambio de paradigma comunicacional y relacional que estamos viviendo. Porque justo cuando en todo el continente en la democracia se descree y se resiente, el pueblo dominicano da muestra –con su entusiasmo y seguimiento–, que espera algo mejor de los políticos, algo mejor que poses, fotos o discursos, y que merece propuestas, firmeza, compromiso…

Abril fue –ante todo– una guerra civil y fratricida; una guerra entre hermanos desbordada y superada por una (otra) invasión yanqui que, en impedir el regreso de Bosch al poder, buscaba “evitar otra Cuba” en el Caribe, al precio que fuera. El golpe de Estado contra Bosch fue –esencialmente– producto y resultado de la falta de diálogo entre las fuerzas políticas y sociales. La cerrazón ideológica que obnubilaba todo propició el quiebre de los puentes del entendimiento entre todos los actores, y, el deseo de principalía de algunos y de falta de empatía de otros, creó las condiciones necesarias y el convencimiento de que sólo la violencia podía resolver todos los problemas.

Hoy, a 59 años de ese trágico evento que nos llevó a una dictablanda anegada de sangre, podemos mirar al pasado con orgullo y al futuro con esperanza. Porque mientras la democracia languidece en la región y las tensiones sociales irresueltas dinamitan desde adentro los pactos sociales y acuerdos políticos que sostuvieron por décadas la gobernabilidad en buena parte de Latinoamérica, nuestro sistema se renueva con nuevas propuestas y liderazgos; aires de renovación, cambio y relevo; y con el convencimiento de nuestros políticos de que, sin importar quien “ganó” o “perdió” el debate, fue importante y necesario, porque quien verdaderamente ganó fue la sociedad. En ese aspecto, sin dudas, el cambio fue importante, y beneficia a todos.