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La Traviata

De melodrama francés a una ópera de carácter universal

Elioenai Medina, de pie y de blanco a la derecha, dirigirá el coro en las presentaciones. ARCHIVO / LD

Elioenai Medina, de pie y de blanco a la derecha, dirigirá el coro en las presentaciones. ARCHIVO / LD

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Margarita Miranda-MitrovSanto Domingo

La traviata, ópera popular donde las haya, representa un hito en la evolución creativa verdiana. Postrera encarnación de la rica tradición belcantista, inaugura el periodo más realista que ocupará la obra de Giuseppe Verdi en la segunda mitad del siglo XIX, al umbral quizás de lo que más tarde devendría en el verismo.

En 1876, Verdi escribía en una carta a su amiga y confidente la Condesa Clara Maffei: “Copiar la verdad puede quizás ser una buena cosa, pero inventar la verdad es mejor, mucho mejor”.

En 1852, a la sazón pasando una temporada en París con Giuseppina Strepponi, soprano que fuera la primera Abigaille de “Nabucco”, y con la que convivía sin estar casados (se convertiría en su esposa en 1859), el compositor vio en el Thé‚tre du Vaudeville el mélodrame de Alexandre Dumas fils, “La Dame aux Camélias”, que había comenzado su vida en 1848 como novela.

Sobrecogido por aquel relato contemporáneo en torno a una de las cortesanas más célebres del demi-monde de París, Marie Duplessis (cuyo verdadero nombre era Alphonsine Plessis), Verdi decide que esta historia será la base para la nueva ópera, encargada por el Teatro La Fenice de Venecia para la temporada de Carnaval, luego del éxito obtenido allí con “Rigoletto” el año anterior, compuesto en colaboración con el mismo libretista, Francesco Maria Piave. “Para Venecia preparo La dama de las camelias que tendrá como título, tal vez, La traviata. Un tema de esta época. Otro no lo hubiera hecho por las costumbres, los tiempos y por muchos otros torpes escrúpulos. Yo lo hago con todo placer. Todos gritaban cuando propuse un jorobado para poner en escena. Y bien: yo era feliz de escribir el Rigoletto”.

Originalmente, la ópera llevaría el título “Amore e Morte” y la protagonista tendría el nombre de Margherita, como la Marguerite Gautier de Dumas. En el curso del trabajo de composición quedaron ambas transformadas en La traviata (la extraviada o descarriada) y Violetta, también flor, pero de aroma y tinta diferentes. Para algunos, “La traviata” es, como el vals del famoso brindis, idéntica a lujo, baile, frivolidad y fiesta.

Precisamente, un estudioso como Emilio Sala ha señalado la influencia del paisaje sonoro de ese popoloso deserto llamado París, la música de los teatros de los bulevares (el vals y la polca) a los que Verdi era asiduo, en esta ópera. Pero no, La traviata es esencialmente un ‘melodramma da camera’ con tres personajes: Violetta Valéry, soprano y protagonista assoluta, y Alfredo y Giorgio Germont, tenor y barítono, el hijo y el padre, respectivamente.

La estructura tradicional del melodrama italiano, la solita forma, aún está ahí, pero Verdi introduce cambios en el desarrollo dramático. Así, por ejemplo, nada tiene que ver el tratamiento musical de la protagonista, con su canto de coloratura, en el primer acto, con el del gran dúo con el padre en el segundo acto, clave de la evolución de la protagonista, ni con la Violetta del tercer acto, en la que vislumbramos las heroínas de años venideros. En el trazo trágico del bellísimo preludio del primer acto Verdi anuncia ya todo lo que va a suceder.

Si “La traviata” refleja de algún modo la relación censurable para la moralidad de la época entre Verdi y Giuseppina Strepponi, la belleza última de esta música podría ser el adiós definitivo, el addio del passato, del compositor a la que fuera su primera esposa y madre de sus dos hijos muertos en la más tierna infancia, Margherita Barezzi, que había fallecido 12 años antes.

El tercer acto de la ópera, que difiere del original de Dumas, sería un tableau evocador de la muerte de Margherita: “De una terrible enfermedad murió a mediodía en Milán, en brazos de su padre, mi amada hija Margherita en la flor de la juventudÖ compañera fiel del excelente joven Giuseppe Verdi, maestro de música. Ruego por la paz de su alma pura, mientras lloro por esta trágica pérdida”, escribió en 1840 Antonio Barezzi, suegro y protector de Verdi, en definitiva, el padre.

Tanto Verdi como Barezzi estaban presentes al momento de su muerte, así como el doctor y la doncella. No así la Marguerite Gautier de Dumas que había muerto acompañada solo de su doncella.

A partir de la historia contada por Dumas, Verdi y su libretista Piave crearán una obra maestra universal, adaptable a cualquier época.

Fidel López, Eduardo Villanueva y José Antonio Molina. ARCHIVO / LD